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Terapias ecuestres e intervención con menores en régimen de acogida

Material extraido de la asignatura de «intervención social en IACs, menores en régimen de acogida», que forma parte de los cursos de Terapias Ecuestres ofertados por nuestra escuela.

De entre los diferentes grupos que han pasado por la escuela, quizás el más abundante y con el que mejores resultado hemos obtenido, ha sido el de menores en régimen de acogida.

Por su emplazamiento geográfico y sus características socio-económicas, Andalucía y muy especialmente Almería, han visto llegar en los últimos años un flujo constante de inmigrantes, mayormente del norte de Africa; lo que ha generado una realidad social muy específica en nuestra provincia.

Habitualmente, leemos en la prensa y vemos noticias de niños o adolescentes que llegan en patera o por otros medios a nuestras costas. Aunque en el momento de su llegada los medios cubren ampliamente la “tragedia”, la realidad posterior de esos niños es bien distinta, y bien anónima.

En su mayoría, pasan desde varios meses hasta un año en un centro de atención inmediata, desde donde se les deriva a centros específicos. Aunque la mayoría de los chavales que pasan por este proceso son inmigrantes, bien africanos o bien de noreste de Europa y la zona de los Balcanes, estos recursos atienden de igual manera a niños españoles cuya custodia ha sido retirada a los padres, bien por una problemática demostrable que afecta al niño –drogadicción, criminalidad, abusos- o por petición expresa de los padres, que renuncian a la tutela legal del niño a favor de los servicios de protección al menor.

Sea cual fuere la realidad de cada niño, lo que si es obvio es que en su inmensa mayoría van a encajar en un perfil de “niño problemático” que surge precisamente de las dificultades pasadas y de la desvinculación emocional del niño respecto a su realidad/contexto.

Hay tres aspectos muy reseñables y a nuestro entender contigüos y estrechamente entrelazados que, desde nuestra perspectiva, inciden de manera evidente en las problemáticas de adaptación y de desarrollo que presenta dicho colectivo.

1-    El idioma

2-    La marginación aprendida y el proceso de infantilismo.

3-    Un fuerte proceso de evitación experiencial

El primer aspecto fundamental es el idioma. Nunca hemos encontrado un solo centro en el que todos los residentes tuvieran un dominio suficiente del Español. La amplia tasa de niños extranjeros que se encuentran dentro del servicio de protección del menor y la alta media de edad a la que llegan, hacen que este aspecto tenga un lugar fundamental en las intervenciones con estos niños. Hay muchos problemas de los que observamos frecuentemente en los chavales que provienen de un mal uso del idioma a una edad infanto-juvenil. El más obvio es que será muy difícil comunicarse con sus iguales. Precisamente en la edad en la que los chavales comienzan a tener una mayor capacidad de experimentar con su realidad, en la que necesitan más feedback social, estos niños se encuentran aislados lingüísticamente, en un mundo que no es el suyo, y que por otra parte no los termina de aceptar, en gran parte, por este hándicap lingüístico (notese la circularidad del asunto)

Lo cual nos lleva, a el segundo aspecto fundamental, que es la marginación aprendida y el proceso de infantilismo.

Estos niños, por lo general, se encuentran en una posición social de desventaja respecto a sus iguales en el colegio y en otros contextos de socialización. Son niños que no tienen acceso a dinero, ni a grandes lujos, ni a “ropa de marca”. Por otra parte, les resulta muy difícil explicar su realidad, por la que a veces son marginados tanto por compañeros como por los padres de estos (…) Cuando entran en tiendas, los tenderos están esperando que les roben y no les quitan ojo, cuando van a un supermercado los miran raro, esperando que lleven algo en los bolsillos, los vecinos de los centros en muchos casos no se fían de ellos, y atribuyen cualquier desperfecto en el bloque o urbanización directamente a “los niños del piso”.

A todo esto, hay que añadir que su futuro es más bien incierto (…) ya que nadie les asegura que una vez que cumplan los 18 años, van a poder quedarse en el país, y que decir de encontrar un buen trabajo, mantener relaciones con iguales, etc…

Lo más lógico ante esta perspectiva, sería que el mayor esfuerzo por parte de las unidades tutelares, fuera centrarse en el correcto desarrollo laboral y académico de estos niños, pero, ante todo, en convertirlos en personas capaces de llevar una casa, de convivir con otras personas, de hacerse la colada, o de cocinar su comida.

La realidad, es más bien distinta. Y lo que se está consiguiendo con esto es, en palabras de Setien, M.L Y Berganza, I. (2007) que “con frecuencia, la tutela lleva consigo un proceso de infantilización de los adolescentes, les desresponsabiliza de su propia historia personal y de su propia decisión de emigrar. Sucede esto, debido a que los programas de protección de menores extranjeros (pisos, residencias o centros) en la práctica, imprimen un carácter pasivo a la intervención (Rubio, 2002), la intervención se transforma en una mera asignación de prestaciones, y no se promueven en los menores actitudes y compromisos contractuales que canalicen de manera organizada sus estrategias de supervivencia, sus deseos y sus habilidades (Ramírez y Jiménez, 2005: 82). Habrá que ir viendo que modelo de intervención potencia más la participación y protagonismo de los menores.

Toda esta problemática, sumada una a otra, genera el tercer punto, y la clave de la intervención con estos chavales, y es que existe un potente trastorno de evitación experiencial –en términos funcionalistas-.

Pero aquí estamos nosotros, los terapeutas ecuestres, que mediante nuestra intervención conseguimos:

  1. Dotar de una responsabilidad y una estructura pautada al niño
  2. Dotar al niño de sistemas de comunicación no verbales con un animal, de otras formas y otras vías para la expresión de conflictos.
  3. Dar al niño confianza, seguridad, darle responsabilidades, ponerlo a cargo de otros.
  4. Responsabilizarlo de sus actos. Es él quien domina, quien maneja, y quien se cae.
  5. Obligarlo a modular su conducta en el animal. Las respuestas agresivas o nerviosas provocarán lo mismo en el animal.
  6. Le damos un espacio donde jugar, donde salir de la fría y estructurada rutina de los centros y de la escuela, donde divertirse y expresarse.
  7. Lo ponemos, en la medida de lo posible, delante de los problemas que hallemos en su comportamiento. Pero aceptamos su conducta. Sin juicios ni críticas.
  8. Le damos perspectiva. No lo obligamos a hacer algo que no quiera, pero le hacemos pensar en qué conllevará hacerlo o nó.
  9. Ante todo, sobre todo con adolescentes, confiamos en él. Lo tratamos como a cualquier otro, le hacemos olvidar que es un niño de centro, lo convertimos en un niño, a secas, y en muchos casos, en una personita adulta, que ha de tomar sus propias decisiones y responder por las contingencias que estas conlleven.

De esta manera, lo que damos con nuestra actividad, rompe radicalmente con la intervención que se realiza desde este servicio. Destroza los programas de coste/beneficio tan bien diseñados y organizados todos ellos, por los cuales la vida de estos niños se rige de manera férrea, y genera unas nuevas normas y reglas de comportamiento, que no atienden a un ser desvinculado y que representa una autoridad, sino que requieren de el establecimiento de una relación -si quieren pueden llamarla “terapéutica”- que implica una vinculación emocional, y que precisa de un potente proceso de regulación niño-animal en lo que respecta a el aspecto psicológico y motor de la conducta.

Lo increíble del caballo como “agente mediador” es que realmente acerca a las personas a su lado más sensitivo, por su forma de atender sin juzgar, y de regularse en función a como se siente el otro. He visto caballos histéricos con niños histéricos subidos encima, y también como esos caballos histéricos se relajaban cuando el niño se relajaba. También lo contrario, caballos nerviosos que se han relajado de manera sistemática con determinados pacientes, en especial con hándicaps motores. No existe –o al menos no he encontrado aun- literatura sobre el tema que realmente dé pruebas fehacientes de qué mecanismos están implicados en este proceso de “regulación” conductual caballo-humano. Ni tampoco, hasta que punto esa regulación tiene que ver con la domesticación de la especie, y si se replica con caballos salvajes. Quizás, mi observación sea una creencia más. Pero no todo en la psicología se puede explicar de manera empírica. Aunque se podrá. O no.